5 de febrero de 2012

La ilustre cajera

Tenía que comprar unos cartuchos de tinta y he ido a un hipermercado, ya que cada vez quedan menos tiendas y pequeños comercios en pie. No había mucha gente, nada que ver con la situación de un sábado de hace siete u ocho años en los que el consumismo, como terapia para todo tipo de problemas personales, satisfacía a miles y miles de ciudadanos. No se depriman todavía porque el hecho que voy a compartir con ustedes no tiene nada que ver con la crisis.

Cuando me disponía a pagar, en una caja contigua a la mía hacía lo propio un ciudadano francés que en el momento de oír el montante de su compra ha tratado de comunicarse en su idioma. Para mis adentros presagiaba ya la escena, tantas veces vista en este país, en la que ante un extranjero sin idea de español el tendero, camarero o viandante de turno, se limitan a decir, no sin cierta arrogancia y casi gritando, que no le entienden mientras le siguen hablando infructuosamente en español. Sin embargo, para mi sorpresa, en esta ocasión la cajera ha empezado a hablar en francés como si tal cosa, con una fluidez digna de elogio y sin dejar de sonreír. El francés se ha quedado gratamente sorprendido, y muy agradecido, mientras trataba de disculparse por no saber ni una palabra de español.

Debo confesar que en ese momento me ha inundado un sentimiento de orgullo patriótico solo comparable al campeonato mundial de fútbol. Me hubiera gustado darle las gracias a esa cajera por dejarnos a los españoles en tan buen lugar, por prestigiar su denostada profesión, pero sobre todo por dar muestra de que en esta nación todavía podemos tener esperanza en los ciudadanos de a pie.

Imagen: © Tebnad | Dreamstime.com

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